viernes, 26 de junio de 2009

-Andá a que te pegue un poco el sol -me dice Facundo, tirándome las zapatillas encima.
Apenas hay luz. Supongo que Facundo lo sabía. Aún así bajo con él las escaleras, aprovecho el impulso de la puerta abierta, salgo. Hay un viento endemoniado, que se lleva la vida de la flama del encendedor. Lo sigo. Mi vida en estos últimos días ha sido seguirlo, escucharlo, tomar notas. También andar borracho todo el día y leer libros más bien malos, salvo las lecturas intermitentes, entre intervalos de lucidez, de una edición de los ochenta de la Enciclopedia Británica. Ahora mismo me siento resaqueado, sin ánimos de siquiera presenciar alguna de sus pendejadas usuales. Sin embargo lo sigo, eso está claro. ¿Qué más podría hacer? ¿Qué otra cosa? Al menos, pienso, me ha eximido esta vez -y se lo agradezco-de la compañía de mujeres inaccesibles para mí. Vamos pisando papeles, propaganda de prostitutas, envolturas de alfajor. Él adelante, las manos en los bolsillos, la campera negra. Parece haberse decidido a no hablarme hasta que lleguemos a destino. Eso también se lo agradezco. Alguna vez le dije, en pleno quilombo, que la contemplación de la caravana de animales de lujo debería ser parte obligada de la jurisdicción infernal. Más que decírselo, en realidad, se lo grité. Me miró no sé si con asco, cariño o compasión. Tomó a una chica que estaba cerca del brazo y le sopló el humo en la cara mientras le decía "este guacho es un poeta, ¡un poeta, ¿me entendés?!" Esto también fue más que dicho, gritado. Me miró, la miró de vuelta, y se fue. "¿No tenés un cigarrillo, poeta?", me dijo la chica, poniendo un énfasis en la palabra a caballo entre la indignación y la indiferencia. Se lo di y se fue. Todo parece estar "yéndose", al fin y al cabo, si se me permite la expresión. Yo mismo parezco ido ya de la toma; no me siento más que la mirada cuyo ser es su-mirar, mirando la partida de Facundo que parece no acabarse nunca. Yo mismo soy mi ser-ido, y mi ser-ido se manifiesta a través del ser-mirar en la contemplación del irse perpetuo de Facundo. Pero Facundo siempre ha sido así. Es ese tipo que, ya ido, no parece terminar de irse jamás; que sólo parece haberse ido del todo cuando está presente. Se me ha acercado con una llamita entre las manos. Recién caigo en la cuenta de que me he pasado todo este tiempo con el pitillo entre los labios. Se lo he agradecido.

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